Cuando el perro muerde al amo (I)
Los
diarios, en los últimos tiempos, han publicado notas acerca de una
conducta que produce confusión y no pocos interrogantes: la agresión de
perros a sus propios dueños o a sus hijos, aparentemente sin motivo.
Noticias reiteradas, incluso sobre la muerte de personas, consiguieron
que razas como el ovejero alemán o el dogo argentino sean hoy
consideradas "peligrosas" o "poco confiables". Un especialista en la
materia se refiere aquí a las causas de tales agresiones y cómo
evitarlas.
El hecho de que a cada instante despeguen y
aterricen aviones no minimiza la tragedia cuando uno de ellos se
precipita a tierra causando muertos y heridos. Análogamente, que
convivamos con perros no quita el estupor provocado por la agresión de
alguno de éstos a un humano; ataque que, en algunas ocasiones, culmina
con la muerte de personas y, más incomprensible, el homicidio del propio
dueño del perro o el de sus seres queridos o allegados.
En la
última década y solamente en nuestro país, la prensa informó de 51
heridos graves y 36 fallecimientos a consecuencia de ataques caninos; en
su mayoría, las víctimas eran personas vinculadas con el perro agresor y
hasta hubo casos -sin justificación- de antropofagia: horrible y
literalmente, el perro de la casa comió al dueño o a sus hijitos (Ref.
archivo del ethólogo E.C. Lerena de la Serna).
Los guarismos
pueden ser mayores, pues sólo se trata de casos con intervención
policial y dados a conocer mediante el periodismo. Tampoco sabemos de
los ataques -numerosos, de seguro- que no culminaron en ese desenlace.
En contra del mito de que "el perro no ataca a su amo", comprobaremos
que, en gran número, los agredidos son personas vinculadas y aún que
conviven con el perro atacante.
Ahora bien, aislando los hechos
producidos por alteraciones patológicas de conducta (demencia
circunstancial o declarada, cualquiera fuese la razón), y entiendo como
tal "aquellas que no tienen un fin adaptativo" -al decir del ethólogo
V.L. Voith-, la mayoría de los incidentes ocurridos son fundamentalmente
originados en el desconocimiento del hombre acerca de esta magnífica
especie, la del perro, que cuenta con más de 10 mil años de historia
junto a los humanos. Una historia de mutuo afecto y sociedad, aquí
cuestionada por casos puntuales y cuyo análisis nos remite a la índole
canina y la vida en relación con el humano.
El perro en nuestro mundo
Cabe
recordar que el perro es un "mamífero social obligatorio", y tal su
naturaleza expresiva; es decir, que sólo puede vivir y desarrollarse en
un grupo organizado. Éste, en estado salvaje, conforma jaurías. Para
entender la conducta del perro-compañero será indispensable conocer la
organización de dichas jaurías; a saber:
Todos los actos que
realiza un perro, para asegurar su alimentación, protección y
reproducción, son controlados por reglas jerárquicas (que mantiene la
relación interjauría entre dominantes y dominados). El dominante
estabiliza al grupo inhibiendo, con su modelo de liderazgo, la
agresividad -actitud imperial del ser para con el entorno, ley básica de
supervivencia- de los congéneres subordinados por "una misma voluntad
de destino" o "negocio tribal" (P. Leyhausen, 1967). Precisamente, este
tipo de organización fue uno de los factores que permitió la relación
entre perros y hombres; éste, como líder natural y deseado.
Actualmente,
la vida del perro en jauría es completamente marginal, rara e
irrelevante, y la especie vive interrelacionada o próxima al hombre, muy
a menudo en su intimidad doméstica, integrando la
familia-jauría de éste y, más de una vez, dentro de espacios reducidos.
Amenazas,
e inclusive combates, pueden surgir entre individuos de una misma
jauría por rivalidad jerárquica. La actitud, instintiva, persiste al
integrar una jauría humana, aunque por lo general sin manifestaciones de
neta violencia al desempeñar el hombre -aunque no lo sepa- el papel de
líder de manada (si en la casa faltare dicha autoridad, el perro
pretenderá naturalmente ese rango y con obvias consecuencias).
Los
diferentes comportamientos de agresión -tipificados- son: por
dominancia (intento de conducción y ejercicio de poder), por irritación
física (física y aún química), por dolor, por miedo, por la propiedad
territorial o de los alimentos, por defensa maternal, por pretensiones
sexuales (época de celo y acoplamiento), por mera influencia climática
(altas temperaturas, presión ambiente, etc), por hacinamiento y, a
veces, por neurosis senil. Hay otros factores conductales, pero
raramente se traducen en agresión al hombre.
Detalles ethológicos de la agresión
Los comportamientos descriptos obligan a un análisis por separado. He aquí el resumen explicativo:
- Agresión de dominancia.
Se desencadena al cuestionar un subordinado el rango jerárquico del
dominante, o cuando hay una competición entre dos individuos de rango
similar en pos de jerarquía superior. Los conflictos de status se
desarrollan siempre en tres fases: la amenaza, que suele bastar para que
el dominante se imponga; el ataque, mediante el cual el dominante busca
obtener una postura de sumisión del otro; y el apaciguamiento, donde el
vencedor coloca sus miembros anteriores sobre el cuello del dominado.
- Agresiones espaciales,
alimenticias y afectivas. En la familia-jauría las demostraciones de
agresividad están relacionadas con el acceso a recursos, como el
alimento, agua, refugio (cubil, ciertos rincones, etcétera), cercanía a
una persona favorita, tránsito por un lugar determinado o estada en
sitios compartidos, caricias, sujeción, limpieza o presiones táctiles e,
inclusive, el simple acercamiento a su lugar de descanso o el
despertarle súbitamente y con una acción que se interprete como agresiva
(pisándolo o pateándolo sin querer, por ejemplo).
Los perros
dominantes responden frecuentemente con agresión al ser mirados
fijamente. Y presentan signos de dominancia para con el dueño, tales
como ubicarse frente a él, mirarlo intensamente, presionar su mentón
sobre el hombro o cabeza del amo, abrir y cerrar alternativamente las
fosas nasales, gruñir -"al ordenársele que abandone un sillón, por
ejemplo"- y, claro, enseñar los dientes o morder.
Cuando un perro
a mordido varias veces a su amo y obtenido así la sumisión de éste
(real o supuesta), aprende que es el mordisco el instrumento para
resolver situaciones; entonces, progresivamente, pueden desaparecer las
fases de amenaza y apaciguamiento, y el perro se convierte en "mordedor
sistemático" (cuadro descripto por Patrick Pageat, 1992).
Este
tipo de conducta no comienza de un día para otro; se inicia al ingresar
un cachorro a la vida de una familia donde no se establece un estatuto
social o familiar claramente definido, donde el joven perro no observe
autoridad y deba aprender a controlar sus deseos en función de las
reglas vigentes de la familia-jauría.
Pero existen soluciones y claves para evitar la agresión. Tema que desarrollará en un artículo venidero
Cuando el perro muerde al amo (II)
Ante
la agresión de perros a sus propios dueños, una noticia que se ha
venido reiterando en la prensa y que, por involucrar al ovejero alemán y
al dogo argentino -dos razas consideradas confiables-, nos preocupa y
exige la pertinente averiguación, Punto Crítico agregó, entre sus
columnistas, a un avezado instructor canino, quien -en una nota
publicada en este medio- explicó las causales. El presente artículo
completa el anterior y aporta soluciones a fin de no crear un perro
mordedor, peligroso para la familia -y a la vez, un buen guardián-, en
suma, un amigo fiel
Como vimos en la nota pasada, de un día
al otro ningún perro se transforma en animal agresor, lindante en la
ferocidad y hasta asesino de su dueños.
Las explicaciones,
lógicamente, no desmienten los 51 heridos graves y los 36 muertos por
mordeduras de perros ¡en sólo una década y en Argentina! Al margen de
que estas cifras son nada más que las conocidas a través del periodismo y
cuando las autoridades policiales o las guardias de hospital las
divulgaron, pues centenares de casos nunca salieron del ámbito de la
familia o del barrio -desapareciendo como una anécdota- y no existen
estadísticas oficiales. Un ethólogo argentino, E. C. Lerena de la Serna,
si bien posee el mejor archivo de noticias al respecto, admite la
imposibilidad de sacar conclusiones referentes a razas más agresoras o
donde quepa suponer patología de raza.
"El problema es muy
complejo -dice-, pues las noticias tratan del desenlace y no de las
causas, de los verdaderos orígenes de la agresión y de cómo el
desarrollo de ésta tuvo un agente productivo olvidado al relatar las
consecuencias". Agrega: "Conozco bien el caso de dueños que suponían
tener un perro cobarde, porque el cachorrito no ladraba y quería jugar
con cualquiera, y entonces, desde chico, se lo alentó a la agresión sin
fundamento, festejando cuando mordía incluso a los de la casa; esa gente
estaba fabricando una máquina agresora, un animal violento e
indominable. Hay pocos perros locos, pero hay muchos dueños locos y,
como dicen las viejas, la locura se contagia".
Hay razas -por sus
condiciones particulares- que suelen tener "mala prensa" en cuanto a la
frecuencia de actos de agresión, tal el caso repetido del ovejero
alemán y del dogo argentino; pero, en realidad casi siempre es un
problema de mal manejo por parte del humano y por lo tanto, no debemos
caer en la tentación de incurrir en actitudes de condena, pues hoy son
éstas, en el futuro será probablemente el rottweiler
(1)
-dado la veloz difusión de la misma- y al culpar a estas magníficas
razas y no enfocar el tema hacia las causas persistirán los titulares
catástrofe.
Reiteraré, pues, un axioma expreso en el artículo
anterior: la conducta del perro comienza con el ingreso del cachorrito a
la vida de una familia; si en ésta no se establece un estatuto social y
de relación claramente definido, donde el perrito tenga que aprender a
controlar sus deseos en función de las reglas vigentes en la
familia-jauría. (El interés de la manada, aún tratándose de la jauría
humana, impera sobre los deseos individuales; también ocurre así en
estado salvaje), entonces tarde o temprano se manifestarán los efectos
de una conducta sin guía ni ley.
Los mamíferos sociales -y ello
explica la relación del perro con el hombre- se agrupan bajo principios
jerárquicos inexorables. Si en la casa no hay un líder humano
-cualquiera fuese el sexo-, entonces el perro se convertirá en el
conductor de la familia-jauría y la muerte de uno de sus "dominadores"
puede ser la consecuencia de tal mandato instintivo.
Pero, para
asegurar una posición dominante frente al perro, el humano -dueño y
familia- no necesita enfrentarse forzosamente en combate con el canino
rebelde. Sólo basta conocer ciertas actitudes e, imponiéndose a tiempo,
cuando el animal es joven, hacerle respetar las reglas de la
familia-jauría; a saber:
- Comida:
Establecer una estructura jerárquica ligada a los alimentos. Por
adorable que parezca un cachorro, se ha de imponer la espera y, hasta
que los humanos no terminen de comer, aunque pida o gima, el perro
aguardará su turno. Nunca compartiremos alimento con él -es decir,
esperará que finalicemos y, como en la jauría salvaje, en la
familia-jauría se le recordará así su rango-; la actitud humana en la
ocasión, a lo sumo un "no" dicho con firmeza, indica al cachorro quién
manda (quién mandará en el futuro y, consiguientemente, quién muerde a
quién). Será preciso explicarles a los niños de la casa las razones por
las cuales es importante proceder en esta forma, y no ser "flojos" ante
el cachorrito que reclama (y de adulto ordenaría, o enfrentaría en
combate al poseedor del alimento).
- Mordiscos:
Habrá que enseñar al cachorro a controlar sus mandíbulas; cuando
mordisquee a uno de la casa (de la familia-jauría), se lo agarrará por
la piel del cuello, levantándolo ligeramente del piso, y advirtiéndole
con firmeza: "¡No!"; de inmediato, lo soltaremos y evitaremos jugar con
él por un buen rato, para que condicione y memorice su conducta
equivocada.
- Territorio: El
cachorrito dormirá en un lugar asignado por el dueño (por el líder de la
familia-jauría). El sitio nunca será un espacio de paso obligado de las
personas (pasillos, escaleras, accesos a la casa) y, de ser posible,
tampoco dormitorios. Cuando el cachorro cometa una falta se lo enviará
allí -a la "cucha"-, sin agresividad pero sin admitir la negativa del
perro. No lo sacaremos de ahí para castigarlo y menos para acariciarle;
el perro que se refugia en su cubil luego de cometer una falta, realiza
un acto de sumisión y, en las leyes caninas, no debe soportar además ser
golpeado, un castigo extra que, por instinto de la especie, por honor
de la manada, obliga a responder y a rebelarse.
- Separación:
Para acostumbrar al cachorro a soportar períodos de soledad, tome la
costumbre de "ignorarlo" 20 a 30 minutos antes de irse de la casa.
Márchese con naturalidad, sin ocultarse (como procedería un líder canino
que sale a cazar y abandona la jauría) y, a su regreso, ignórelo
también, por mucho que ladre o salte para recibirlo. Acarícielo recién
cuando se haya calmado. Si rompió algo en su ausencia, no lo riña ni
amoneste (de nada serviría), y evite limpiar los destrozos en su
presencia.
- Ante conflictos:
Comuníquese dominando, con tono firme y voz clara, sin gritos,
utilizando palabras breves (cuanto más hable, más reflexionará:
debilitándose la convicción del dominio). Su cuerpo -como el de un líder
canino- deberá ir hacia adelante, en dirección al perro, con los
hombros bien separados y el torso saliente. Mirará al perro con los ojos
fijos en su lomo; jamás a los ojos del animal, pues esto equivale a una
invitación al combate y, de suceder, el perro sólo responderá a los
signos ancestrales como corresponde a su especie.
...Estas
son algunas referencias de índole y jauría, para comprender al perro y
sin pretensión de ser un manual de funcionamiento simplificado con que
la armonía en el hogar resulta infalible. Ni qué decir, se prohíbe
infantilizar al perro doméstico y considerarle sustituto de hijos o
personas: su compañía será canina o no será. Respetaremos su derecho al
bienestar, conociendo la biología perruna, su salud e higiene, la
alimentación correcta y su psiché (sin inventar una psiquis o corregirla
antropocéntricamente). De tal modo lograremos que la relación hombre
perro se convierta en una fuente de placer, incluso de felicidad
recíproca. Y, de seguro, las noticias sobre perros mordedores y asesinos
decrecerán en la prensa.
(1) Cabe acotar que el autor en
el presente artículo -escrito en el año 1994- realiza una conjetura
respecto al futuro de la raza rottweiler, confirmada ,lamentablemente,
en los titulares de los medios periodísticos en la actualidad.
Este
artículo se publicó en el semanario Punto Crítico Nº 5, 3/94 y Nº 7,
3/94, en la revista Cans & Cat's, 1995 y en diversos periódicos en
años subsiguientes.
AUTOR
Sergio Grodsinsky [más sobre el Autor]
E-Mail: sergiogrod@ciudad.com.ar
Web: http://personales.ciudad.com.ar/sergiogrod/