Era una noche fría, muy fría, con
viento helado. Junto a un contenedor de basuras, en una cajita de
cartón, tres cachorritos recién nacidos habían sido abandonados.
Su mamá... ¿dónde estaba su mamá? Echaban de menos su calorcito,
tenían mucho frío, y ya empezaban a tener hambre. La buscaban
llorando y abriendo y cerrando su boquita. De repente una sombra
enorme apareció encima de ellos... Era una niña llamada Anita, que
había oido los llantos. Cuando los vio entendió rápidamente que
los cachorritos necesitaban su ayuda.
Fotografía: Yesenia Pineda. |
Con mucho cuidadito recogió la cajita
y temblando de la emoción los llevó a casa. Sabía que tenían que
tomar biberón, así que fue al veterinario Mario para que le diera
un biberón y leche de cachorritos para alimentarlos. Sabía que
necesitaban estar calentitos, así que llenó una botella de agua
caliente, la envolvió en una toalla para que no se quemaran y los
puso junto a ella. Con mucho amor y cuidadito Anita les iba dando el
biberón cada dos horas, y los pequeñines lo agarraban con sus
patitas. ¡¡Qué rico!! Y Anita se ponía muy contenta, se sentía
como su mamá. Después de comer, los chiquitines se quedaban
dormiditos, tapaditos y calentitos. Anita les puso nombre: Candy,
Hope y Vantan.
Gracias a los cuidados de Anita, Candy,
Hope y Vantan fueron creciendo. Aprendieron a andar, a correr, a
jugar. ¡Qué grandes se estaban poniendo! Perseguían a Anita a
todas partes, porque ella era la mamá que les había cuidado y
alimentado. Su mamá Anita les quería mucho y ellos eran felices.
Pronto los pequeños comenzaron a comer pienso y dejaron la leche...
Anita los enseñó a comer su comida en sus platitos. Los ponía a
comer en el pequeño patio, bajo un rayito de luz. Vantan, Candy y
Hope comían, muy contentos, y luego comenzaban a jugar, a correr por
el patio. Estaban descubriendo el mundo, todo era nuevo y muy
interesante. Querían oler todo, morder todo... Aún estaban
aprendiendo a correr y a veces querían hacerlo tan rápido que se
resbalaban y se caían, pero se levantaban rápidamente y seguían
corriendo y jugando. Anita jugaba con ellos y se reía. ¡¡Eran tan
simpáticos!!
Pasados unos meses, llegó el momento
de que los cachorros fueran a sus nuevos hogares. Los dueños
elegidos eran todos amigos de Anita, porque ella quería seguir
viendo a sus bebés. Cuando Anita se tuvo que despedir de sus
cachorritos se puso muy triste, los iba a echar mucho de menos, pero
sabía que tenían que irse, y en sus nuevos hogares iban a estar muy
bien atendidos y los iban a querer mucho, así que les dio un besito
y se marchó, muy triste. El tiempo pasó y los cachorritos se
hicieron mayores. Todos estaban sanotes y contentos en sus nuevas
casas, habían hecho nuevos amigos y daban largos y divertidos paseos
con sus dueños.
Un día, Anita estaba sentada en el
banco de un parque. Estaba esperando, nerviosa, a que llegaran sus
amigos con los cachorros. De repente se escucharon ladridos a lo
lejos y Anita los vió. ¡¡Estaban enormes!! Candy, Vantan y Hope
corrieron hacia ella, moviendo el rabo. Anita se sentó en el suelo y
los abrazó, los acarició... Los cachorritos corrían y saltaban
felices a su alrededor sin parar de ladrar. Si Anita hubiera
entendido el lenguaje de los perros habría sabido que lo que los
cachorros decían era: ¡¡Mamá, mamá, mamá...!! Porque ellos no
la iban a olvidar jamás.
Al rato todos se relajaron. Candy, Hope
y Vantan se tumbaron junto a Anita con las cabecitas apoyadas en sus
piernas. De vez en cuando abrían los ojos, la miraban y sonreían.
Como no podían hablar, la miraban para decirle: ¡¡Mami, gracias
por salvarnos aquella noche fría, ayudarnos a vivir y hacernos tan
felices!! Y Anita supo entonces que había hecho algo importante, y
supo que quería repetirlo: QUERÍA AYUDAR A TODOS LOS ANIMALITOS QUE
LO NECESITARAN PARA QUE TODOS LA MIRARAN DE AQUELLA MANERA TAN
ESPECIAL.